Padre, perdónalos

PerdónImaginemos por un momento la impactante escena del Calvario, donde se llevó a cabo la crucifixión como pena de muerte extremadamente dolorosa. Esta se consideraba la forma de ejecución más cruel y degradante jamás ideada y estaba reservada para los esclavos más despreciados y los peores criminales. ¿Por qué? Se llevó a cabo como ejemplo disuasorio de rebelión y resistencia contra el dominio romano. Las víctimas, desnudas y atormentadas por un dolor insoportable, a menudo dirigían su desesperación impotente en forma de maldiciones e insultos a los espectadores que los rodeaban. Los soldados y espectadores presentes sólo escucharon palabras de perdón de Jesús: “Pero Jesús dijo: Padre, perdónalos; ¡Porque no saben lo que están haciendo! (Lucas 23,34). Las peticiones de perdón de Jesús son extremadamente notables por tres razones.

Primero, a pesar de todo lo que pasó, Jesús todavía hablaba de su Padre. Es una expresión de confianza profunda y amorosa, que recuerda las palabras de Job: “He aquí, aunque él me mate, yo espero en él; "Ciertamente le responderé mis caminos" (Job 13,15).

Segundo, Jesús no pidió perdón para sí mismo porque estaba libre de pecado y fue a la cruz como el Cordero de Dios sin mancha para salvarnos de nuestros caminos pecaminosos: "Porque sabéis que ni con plata ni con oro corruptibles se salva de vuestras vidas". conducta vana, a la manera de vuestros padres, sino con la sangre preciosa de Cristo, como un cordero inocente y sin mancha" (1. Pedro 1,18-19). Él defendió a quienes lo condenaron a muerte y lo crucificaron, y a toda la humanidad.

En tercer lugar, la oración que Jesús dijo según el Evangelio de Lucas no fue una expresión única. El texto griego original sugiere que Jesús pronunció estas palabras repetidamente: una expresión continua de su compasión y voluntad de perdonar, incluso en las horas más oscuras de su terrible experiencia.

Imaginemos con qué frecuencia Jesús pudo haber invocado a Dios en su necesidad más profunda. Llegó al lugar conocido como el Sitio de la Calavera. Los soldados romanos clavaron sus muñecas en el madero de la cruz. La cruz fue erigida y él quedó colgado entre el cielo y la tierra. Rodeado por una multitud que lo abucheaba y maldecía, tuvo que observar cómo los soldados distribuían su ropa entre ellos y jugaban a los dados por su túnica sin costuras.

En lo más profundo de nuestro corazón conocemos la gravedad de nuestros pecados y el abismo que nos separa de Dios. A través del sacrificio ilimitado de Jesús en la cruz, se nos abrió un camino de perdón y de reconciliación: "Porque tan alto como son los cielos sobre la tierra, él extiende su gracia a los que le temen. Como es la mañana de la tarde, él aleja de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103,11-12).
Aceptemos con gratitud y alegría este maravilloso perdón que se nos ha dado a través del sacrificio de Jesús. Él pagó el precio máximo, no sólo para limpiarnos de nuestros pecados, sino también para llevarnos a una relación vibrante y amorosa con nuestro Padre Celestial. Ya no somos extraños ni enemigos de Dios, sino sus amados hijos con quienes él se reconcilia.

Así como se nos concedió el perdón a través del amor inconmensurable de Jesús, estamos llamados a ser un reflejo de este amor y perdón en nuestras interacciones con nuestros semejantes. Es esta actitud de Jesús la que nos guía e inspira a ir por la vida con los brazos y el corazón abiertos, dispuestos a comprender y perdonar.

por Barry Robinson


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